La base de todos los caramelos que se produce en la fábrica era la glucosa, el azúcar, con la que se amasaba una pasta a la que se añadían colorantes y esencias con unas fórmulas que en esta industria se suelen guardar a buen recaudo, y que daban lugar a distintos sabores. El trabajo, parcialmente mecanizado, terminó el amasado, moldeado, troquelado y envoltorio.
A Caramelos La Asturiana aún le están entrando pedidos de clientes del extranjero que no saben que la fábrica ha cerrado y sigue pendiente del proceso de liquidación de sus activos, según clara Fermín Cuervo, uno de sus antiguos trabajadores. No habrá dulces ni para ellos ni para lanzar en buena parte de las cabalgatas de Reyes de toda España, a las que surtía la fábrica gijonesa, que en un año normal»empezaba en trabajar en septiembre para producir 300.000 kilos antes del 5 de enero“, llamado José María Rodríguez, quien tenía 38 años de edad encargado de la firma, en la que había trabajado su padre y la que posteriormente se incorporó a su mujer.
Tras la última temporada navideña, el pasado enero, el empresario vendió la maquinaria a una compañía extremeña y los trabajadores se echaron a protestar a la calle, en la que se han quedado tras el cierre de una compañía en la que el caramelo de eucalipto era la base del negocio, a cuya producción dedicó la fábrica tres días a la semana, par hacer entre 24 y 30 toneladas con destino al mercado nacional. «Lo más conocido era el caramelo de eucalipto, el de cuba libre y el relleno«, apunta Miguel Ángel Álvarez, mientras que otro de los antiguos trabajadores de la fábrica, José Ramón Miranda, apostilla que «los que ahora se venden ya no igual saben, porque nosotros empleábamos esencias naturales».
Para la época navideña había un tipo de producto especial: caramelos rellenos de turrón, almendra, praliné o pulpa de manzana, recuerda Margarita Carril. Los caramelos de esta empresa en extinción llegan a clientes de Alemania, Inglaterra, Croacia, Portugal, Francia, EE UU e Israel, entre otros países, en este último caso con la presencia de un rabino en la fábrica para bendecir la maquinaria y los ingredientes que se utiliza en la fabricación y marca unas pautas sobrias formadas en el deber de producción, contrató José Ramón Miranda.
«Nuestra época fuerte siempre fueron las navidades, por las cabalgatas y los revoltijos. Vendíamos sin parar», explica José Ignacio Goutayer, uno de los trabajadores que entraron en la empresa después de haber estudiado Formación Profesional en el Revillagigedo, con cuyo equipo docente relaciones la familia fundadora de la buena empresa. El alcalde parte de las incorporaciones a la plantilla, no obstante, lo ha hecho a través de conocidos de aquellos dueños, que también recurrirían a sus propios empleados para atraer a nuevos trabajadores cuando necesiten personal para una empresa familiar.
La empresa fue fundada en 1941 por la familia Otero. Al antiguo propietario, que todos los días supervisó a pie de fábrica cómo iban las tareas, sus antiguos empleados todavía los siguen llamando «don Miguel». Inicialmente la fábrica se estableció en la calle Infiesto, con la mayoría de mujeres en su plantilla, que se encargaban de todas las tareas excepto de las que requerían más fuerza, como el amasado donde había que mover bloques de pasta de 50 kilos. En 1990 la fábrica se traslada al polígono industrial de Mora Garay trasladando la maquinaria e incorporando alguna nueva, entre ellas, una segunda línea para la fabricación de caramelos de eucalipto.
La empresa llego a tener mas de 60 trabajadores y funcionar «a tres turnos«. Pero, cuando echó el cierre apenas, le quedaron 28. El pasado mes de mayo se desarrolló su despido colectivo en el seno del concurso de acreedores en el que había entrado en abril la empresa, que ahora está pendiente de la aprobación del plan de liquidación por el juzgado de lo mercantil de Gijón.
Los antiguos trabajadores de la compañía atribuyen el naufragio de la misma al cambio en el timón. No fue posible el relevo generacional en la familia Otero al diagnosticar leucemia y fallecer a consecuencia de ella el hijo que estaba llamado a tomar las riendas, recuerda otro de los trabajadores, Víctor García. En 2003, la empresa se trasladó a los hermanos Ismael y Evaristo Sierra Crespo y, tres años después, la sociedad quedó en manos del segundo. José María Rodríguez recuerda que hace ocho años «llegamos a producir 14 toneladas de caramelos al día». «Era cuando estábamos a tres turnos, distribuyendo caramelos por los supermercados de España y Portugal», cuenta.
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Los antiguos trabajadores de la empresa coinciden en que la misma era viable y en que fueron los tejemanejes del empresario los que impidieron su continuidad. Entre ellos, the sale enero de la maquinaria, a bajo precio, algo que denunció el sindicato SOMA–FITAG–UGT, así como el que hubiera regulado temporalmente de empleo a trabajadores mientras el paquete de caramelos se hacía en casas individuales «y en cuadras «apuntan los trabajadores. Robustiano Iglesias, representante del sindicato en Gijón, informa que la marca La Asturiana «no está patentada», con lo que cualquier empresa puede volver a sacarla al mercado cuando lo dessee.
Los últimos de La Asturiana han recibido unas cantidades nimias después de años en los que el empresario estuvo acumulando deudas con ellos. Los más afortunados se han podido jubilar y algunos encontrar trabajos otros, pero también son trabajadores de más de 50 años que se han quedado en el paro. Los activos de la empresa, valorados en 1,97 millones de euros, están pendientes de que pruebe su venta por parte del juez. Su liquidación certificará el amargo final para una histórica, con la que probablemente un sector industrial asturiano ya sufrió hace unos años la pérdida de la fábrica de Chupa Chups.