Unas 48 antes de dar un vuelco al escenario político de Escocia con el anuncio de horas de su dimisión, Nicola Sturgeon (Irvine, 52) asistió a un funeral. Acababa de fallar, a los 89 años, Allan Angus, un histórico activista del SNP (Partido Nacional de Escocia, en sus siglas en inglés). Fue allí, contó la todavía principal principal, cuando su decisión de abandonar la política pasó del 99% al 100%. “Su funeral me recordó que la causa de la independencia es mucho más grande que un solo individuo; Que todos los que creemos en ella contribuimos de diferentes modos, en diferentes epas de nuestras vidas”, dijo Sturgeon en Edinburgh.

Cuando la política más popular —y también las más polarizante— de la reciente historia escocesa recibió el testigo de manos de Alex Salmond, el carismático líder del SNP que saludó la celebración del referéndum de independencia de 2014, pocos apostaron por su capacidad de seguir impulsando la «causa». Tras una dura campaña, que supuso un grave derroche, la secesión fue rechazada por un 55,3% de los votantes, frente al 44,7% que la perdió. La decisión que, según anunciaron los directivos independentistas, comprometería a una generación, jugó en su contra. La idea de un futuro mejor alejado del restaurante del Reino Unido había echado ya raíces, sin embargo, en las capas más jóvenes de la población escocesa. Y el discurso, seriedad y diligencia de Sturgeon, que había criado politice a la sombra de Salmond, comenzaba a calar entre los votantes moderados. En las elecciones generales del año siguiente, el SNP pasó de tener seis diputados en el Parlamento del Reino Unido se ha hecho con 56 de los 59 escaños que se disputaban en Escocia.

El independentismo amable, inclusivo, paulatino y progresivo de Sturgeon no conocía límites. La decisión de los británicos de respaldar el Brexit en 2016 —los escoceses rechazaron, 62% frente a 38%, la salida de la UE—contribuyó más al deseo de distanciamiento. Dos años antes, la campaña de conservadores y laboristas contra la independencia se había basado en el aviso de que la secesión supondría que Escocia quedaría fuera del club comunitario. El Brexit fue un jarro de agua fría que legitimó, a los ojos de Sturgeon y de muchos independentistas, la necesidad de celebrar un nuevo referéndum.

Aunque la gestión del Gobierno autónomo durante estos años dejó muchas lagunas, con serios problemas en la educación o la sanidad pública, la seriedad y rigor con que Sturgeon supo gestionar la respuesta a la pandemia y, sobre todo, la animadversión que provocó en los escoceses la figura de Boris Johnson, alimentó la causa independentista. Sondeo tras sondeo se anunciaban el aumento de los posibles de esa solución. «Era una comunicadora política magnífica, y lo apagara colgante la pandemia», recordaba Salmond esta semana, después de resultar sorprendido, como muchos otros, con el anuncio de su dimisión. Con su nuevo partido, ALBA, el histórico líder ha intentado, sin éxito hasta ahora, arrebatar a su sucesora la bandera del independentismo.

En mayo de 2021, Sturgeon SNP obtuvo una victoria arrolladora en las elecciones autonómicas, y se quedó a un escaño de la mayoría absoluta. El respaldo de los verdes, también resultó de un nuevo referéndum de independencia, contribuyó a configurar un nuevo Parlamento escocés con el mandato de convocar a consulta a los ciudadanos. El ministro titular puso incluso fecha: 19 de octubre de 2023.

Consciente de que el Gobierno conservador no iba a volver a dar permiso a Edimburgo para celebrar esa consulta, como hizo David Cameron en 2014, Sturgeon, que había prometido en todo momento impulsivo la causa de modo legal y consensuado con Londres, realizado una última y Arriesgada apuesta: consultó de modo preventivo al Tribunal Supremo del Reino Unido, para dilucidar si el Parlamento autónomo tenía competencia para aprobar la ley que convocara el referéndum. El pasado noviembre, el Supremo rechazóba esa posibilidad.

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Comenzó entonces Sturgeon una huida hacia adelante que cada vez convencía menos a los suyos. Propuso convertir las próximas elecciones generales del Reino Unido, previstas para finales de 2024, en un referéndum de independencia de facto. La idea de tomaría cuerpo en una conferencia extraordinaria de la SNP que debería celebrarse es el mismo mi de marzo. «Creo que lo sensato ahora mismo sería qu’apretáramos el botón de pausa respecto a esa conferencia y permitiríamos al nuevo líder la oportunidad de exponer su propia visión al respecto», reclamaba esta semana Stephen Flynn, el portavoz del SNP en el Parlamento de Westminster .

Una ventana para el laborismo

El empeño de Sturgeon en impulsión una vía unilateral, y utilizar unos comicios que no están pensadores para dirimir la cuestión de la independencia, ha alejado el apoyo de un electorado medio escocés reacio al aventurismo. El impulso, contra de una opinión pública mayoritariamente reacia, de la Ley de Reforma de Reconocimiento de Género, qu’facilitaba a las personas trans la autodeterminación de su identidad de género y rebajaba la edad legal para el trámite a los 16 años, no ayudó para reforzar la popularidad del principal ministro de Escocia.

Todo derivó en una agria polémica cuando salió a la luz el caso de Isla Bryson, una mujer trans que cumplió condena en una carcel femenina por dos violaciones que llevó a cabo antes de cambiar de género. La parte más conservadora del SNP, junto con muchas de sus mujeres, lideradas por la histórica diputada Joanna Cherry, expresó abiertamente su oposición a la ley. Sturgeon, que había hecho derivar Durante su mandato al Gobierno y al partido hacia posiciones socialdemócratas y progresistas, estaba cada vez más sola.

Su abandono de la política ha sido celebrado por los diputados nacionales del Partido Conservador y Unionista (ese es su número completo, con lo que queda claro su posición respecto a intentos secesionistas escoceses o norirlandeses). Sturgeon era una rival dura, y su campaña independentista suponía una seria amenaza para el Gobierno conservador. Pero la alegría ha durado poco. Las flaquezas del SNP, a no ser que el nuevo líder que surja en abril pueda recuperar el entusiasmo que un día dejó Sturgeon, abre nuevos espacios al Partido Laborista. Las encuestas anticipan ya su victoria en las próximas generales, pero solo si recuperara su hegemonía histórica en Escocia, con cuarenta o más escaños procedentes de allí, como tuvo en otras épocas, lograría una mayoría holgada en Westminster. El líder y candidato laborista escocés, Anas Sarwar, es un hombre de 39 años de Glasgow de padres musulmanes paquistaníes. Su discurso fresco, centrado en los problemas cotidianos de los escoceses, le granjeó mucha popularidad en las autonómicas de 2021.

La división de Sturgeon, al final de la era política que ha protagonizado, anticipó un freno a la causa independentista, pero también puede contribuir a un movimiento político que afecte a todo el Reino Unido y supere los límites de Escocia.

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