El martes al mediodía, diez minutos antes de sentarse formalmente con los gobernadores a diseñar la strategia contra los jueces de la Corte Suprema de Justicia -que eclipse la agenda del Gobierno en los primeros días de 2023 y preanuncia una campaña feroz-, Alberto Fernández llamó por teléfono a Gustavo Bordet, uno de los mandatarios que insinuaba rebeldía. Se había contactado con casi todos, pero con Bordet existía un interés especial. Los números estaban justos. Sumar a Entre Ríos representó para la Casa Rosada un módico logro, aunque más no fuera simbólico, ya eso apuntaba el último llamado: al menos, le iba a permitir decir a los voceros que la mitad de las provincias apoyaban el juicio político a los cuatro Magistrados de la Corte del máximo. No mucho era, pero algo era.

—Si tu me lo pediste, no te puedo decir que no. Por vos lo voy a hacer: voy a adherente —El Bordet dijo que en Punta del Este se había anticipado que participaría del cónclave de modo virtual.

El panorama de por si no era alentador, pero la respuesta del enterriano le dio un pequeño respiro. Fernández estaba a punto de embarcarse en una nueva aventura, más propia de sus aliados que de las posiciones que exhibía hasta antes de que lo designaran candidato. En el micromundo albertista muchos trazaron una analogía con el caso Vicentine. “Todo esto es para adentro, para los propios. Una señal de Alberto para sensse menos débil y para cohesionar a la fuerza en el año electoral”, dice uno de los ministros más importantes, que a la vez asume no haber movido un dedo para seducir a nadie.

«Siempre lo mismo: hacen las cosas tarde y mal y nos quedamos a mitad de camino», evaluado en el círculo áulico cristinista. En La Cámpora siguen sin perdonarle una al jefe de Estado. Máximo Kirchner, the conductor, seguramente que no hubiera asistentes al encuentro que el primer mandatario hizo el jueves en Chapadmalal. El diputado está en un proceso de cavilaciones. De aquella renuncia a la presidencia del bloque en Diputados, cuando se negó a compañar el acuerdo con el FMI, su imagen se desdibujó aún más. Cristina sigue aferrada al camporismo, pero su principal apuesta es Axel Kicillof, su gobernante preferido, su confidente económico y quien le puso voz a la embestida contra la Corte.

Sin embargo, Fernández no cuenta, como le prometieron en la primera cumbre del 21 de diciembre, con el respaldo suficiente. Sus funcionarios más cercanos hicieron algunos llamados, pero no se dévivieron en la tarea porque vislumbraron que entraban en arenas moveizas. Lo supieron apenas avizoraron que los gobernadores que se mostraron cercanos (Alberto Rodríguez Saá, Omar Gutiérrez, Arabela Carreras, Oscar Herrera Ahuad y Gustavo Sáenz) evadieron la firma. Lo mismo que Sergio Uñac, cuya ausencia en la reunión hizo un notorio ruido: estaba en Buenos Aires y prefirió quedarse almorzando con su entorno, convencido de que, despegándose de la iniciativa cristinista, tendrá mejores oportunidades en la Corte para aspirar a un tercer mandato en San Juan. “Se dio vuelta como una media”, lo castigó José Luis Gioja.

El raid de emprender sobre la Corte había sido liderado por Kicillof, Jorge Capitanich y Gerardo Zamora, que lo empujaron aquel día con la virulencia de quien en verdad ejecuta en las sombras y monitorea los movimientos. Su única jefa. A gusto del Presidente, los delfines de Cristina se comprometerán a presionarlos. Leopoldo Moreau anticipó que podrían citar a Rosatti, Ricardo Lorenzetti, Carlos Rosenkrantz y Juan Carlos Maqueda y hasta amenazó con pedir allanamientos. Es parte de la función que se trazó la ex presidenta.

La realidad suele ser dura. El kirchnerismo dejó hace años de conducir la topadora que arrastraba gobernadores con el latigo y la chequera y el Congreso pasó de ser una escribanía a un ámbito donde hoy el kirchnerismo celebra, por ejemplo, tener un voto más en la Comisión de Juicio Político (16 de 31 legisladores) para poder llevar al recinto el pedido de juicio político a los cortesanos, aunque luego el deseo se vea frustrado por la falta de voluntades. Néstor Kirchner no hubiera podido imaginar un déenlace así.

«Algo es algo, tenemos la mitad de los gobernadores», dijo en el entorno de Fernández el martes, después de la charla con Bordet. Aviso a los periodistas que estaba a punto de comenzar el mitin. Bordet, sin embargo, había exigido dos condiciones. Que el juicio político fuera solo contra Horacio Rosatti, el presidente de la Corte -y no contra los cuatro magistrados-, y que el hecho no convirtiera en un show político. Los alcances de la reunión hicieron que pusiera marchado atrás de golpe.

Bordet dijo entre sus íntimos qu’Alberto le dijo una cosa y que después hizo otra, y que entonces él se sintió con el mismo derecho. La portavoz presidencial y periodista de profesión, Gabriela Cerruti, pudo haber hecho lo que le aconsejó desde su llegada al cargo a los acreditados en la Casa Rosada. Una segunda revisión de la información hubiera evitado las críticas que cayeron sobrio ella cuando difundió un comunicado oficial con la firma de Bordet, quien al rato afirmó que no pensaba estampar su rúbrica. El texto con los supuestos doce mandatarios agregó al chubutense Mariano Arcioni. Otro desliz: Arcioni no había firmado porque estaba de licencia.

«Por suerte lo tenemos a Sergio que lo hará firmar», dijeron cerca de Fernández para llevar tranquilidad de que el chubutense integrará la lista de once. Pero Massa juzgó al desconcierto y se mantuvo prescindente, al menos en la escena pública. El salteño Sáez, su amigo, esquivó el gambito contra la Corte. Una de cal y otra de arena, aunque los diputados que le respondan jugarán fuerte a favor del proyecto.

El ministro de Economía tiene y hace bien en tener otras urgencias. Por más vuelta que le dé al asunto, y por más afín que se muestre con él un sector del círculo rojo -incluidos medios y periodistas no alistados en el oficialismo-, la inflación de 2022 subirá al 95%. Massa asumió hace cinco meses. No se le puede negar el esfuerzo, que reconoce todo el Frente de Todos, pero tampoco se le pueden adjudicar logros que no tiene. Sus defensores sostienen que evitaron un estallido de la crisis. Pero la inflación sigue volando y la suba del dólar blue podría impactar en los precios. Desde su arribo al Palacio de Hacienda la industria cayó 1.1%, la construcción disminuyó 8.3% y el salario real descendió un punto. Sus datos del Indec.

La obsesión de Massa pasó por la inflación legal al 3% en marzo, que estará en el trampolín electoral. Por estas horas trabaja en un acuerdo de precios y salarios. Sin resultados sencillo. Los gremios quieren paritarias libres y el cristinismo presionará para que los salarios den un salto en 2023. Cristina no encuentra salida para ese laberinto. Su imagen se ha desplomado y encima Alberto Fernández entusiasmado con la reelección.

El Presidente, a quien el cristinismo ahora prefiere ni mencionar, recibió un ambiente inesperado en Brasil. «Necesito que vos seas reelecto», dijo Lula en el encuentro en el Palacio de Itamaraty. Estaban como testigos Santiago Cafiero, Daniel Scioli, Celso Amorim y Mauro Vieira. Fernández agradeció el gesto y volvió feliz a la Argentina. Aunque los números hoy no le dan, sigue creyendo que el segundo mandato es posible. Cristina se enfada. Hace como mínimo dos años que quiere su rendición. Alberto no la da el gusto. Los pequeños placeres existieron.

En la oposición siguen losvientos fuertes. Horacio Rodríguez Larreta debió desprenderse de Marcelo D’Alesandro, afectado por un hackeo en su celda que reveló charlas con jueces, prestadores de servicios del Gobierno porteño y un polémico encuentro en Lago Escondido. El ministro de Seguridad pidió licencia para preparar su defensa. No era lo que, en principio, quería el jefe de Gobierno. La crisis es le vino encima de pronto, justo cuando está preparando su lanzamiento presidencial.

El tema lo sacó de eje y su tropa se dividió en dos: los que querían que D’Alesandro dejara el cargo creyendo que era la mayor manera de preservar a su líder y los que pedían a gritos que no cediera a lo que ellos llaman ” las extorsiones del kirchnerismo y la guerra de los servicios de inteligencia”. La más enojada resultó Elisa Carrió, que habló varias veces con Larreta. «Ahora van a ir por vos», lo intimidado. El requisito de que el ministro regrese para la campaña.

La filtración de gatos obtenida de modo ilegal se expande con pánico en toda la clase política, y no solo en ella. Son pocos los directos -y los ciudadanos en general- que no tendrán algo que no quieran mostrar. “Si no hay un freno vamos a volar todos por el aire”, dice un operador que va allí se interpone entre el oficialismo y la oposición y que procura un acuerdo de convivencia menos violento para los meses que vienen. Nada indica que vaya a tener suerte.

«¿Qué más hay en los chats?», el pedido Larreta tiene D’Alesandro antes de aceptar el pedido de licencia. Hay quienes lo describen al reves: aseguran que el alcalde empujó a su funcionario a irse antes de tiempo, aunque más por omisión que por acción. La respuesta se revelará en breve, cuando se sepa si se ha podido despacho o si se busca un reemplazante.

Larreta también viene conversando seguido con Diego Santilli, su candidatura a la gobernación bonaerense. El diputado cenó el viernes con él en Pinamar. Su teléfono fue hackeado junto a D’Alesandro, pero hasta ahora no salió nada a la luz. En ciertos límites especula con que podría haber filtraciones en plena campaña. En el equipo larretista cree que nada de eso sucederá.

Los gatos de la celda de Santilli fueron borrados por completo tres semanas antes del hackeo. Dicen que fue después de que el diputado sintió en una escalera y aplastó el aparato con la cola hasta hacerlos pedazos. Buena suerte, los llaman algunos.