Este sábado de otoño, después de días de gris, el cielo normando se vuelve azul radiante. Bajo los rayos del sol, la mansión descolorida plantada a lo largo de la carretera principal de Verson, en Calvados, finalmente parece volver a la vida. “Llevamos veinte años caminando frente a esta casa y soñando con poder entrar”, destaca Thierry Debris, responsable de desarrollo internacional de la asociación France Volontaires. “Llamamos una vez, nadie respondió”, agrega su esposa, Aminata, que trabaja para el club de fútbol Dakar Sacré-Coeur.
Como esta pareja franco-senegalesa de Le Havre, varios cientos de curiosos aprovecharon las Jornadas Europeas del Patrimonio, este 17 de septiembre de 2022, para visitar la última casa de Léopold Sédar Senghor, que la localidad heredó en julio. Verson prevé montar una casa de poesía y residencias para autores en unos años.
Fue en esta ciudad de 3.700 almas a las puertas de Caen, cuna familiar de su segunda esposa, Colette Hubert, donde el poeta y presidente senegalés (1960-1980) pasó todas sus vacaciones de verano, desde 1957. Donde se retiró por últimos veinte años de su vida, hasta su muerte en diciembre de 2001. En la tranquilidad de la biblioteca amueblada con las obras completas de Hugo y Chateaubriand, detrás del imponente arcón de roble reconfigurado en oficina, Senghor escribía sus poemas y vendaba sus heridas, las de un padre que vio morir a dos de sus tres hijos. El retrato del más joven con una sonrisa encantadora, Philippe-Maguilen, roto en 1981 a los 22 años en un accidente automovilístico en Dakar, está en todas partes. El más joven, Guy-Wali, se suicidó dos años después, a los 35 años.
En el interior, casi nada ha cambiado.
“Es muy conmovedor”, reconoce Amadou Diallo, cónsul de Senegal en Francia, enviado para la ocasión. Estudiante en Caen a principios de la década de 2000, el diplomático había paseado a menudo por este gran edificio burgués con contraventanas blancas. “Cuando un senegalés visita Normandía, siempre lo traemos aquí para que se haga una foto frente a las puertas”, rebota su compatriota Hamath Diallo, simpático coloso que preside la Asociación de Senegaleses de Baja Normandía y amigos.
El parque de una hectárea y media sembrado de árboles frutales ya no tiene el esplendor de antaño. Las malas hierbas han invadido la glorieta, donde la pareja solía tomar el té. Los grandes macizos de hortensias y los rosales han desaparecido. Pero el cedro centenario sigue en pie con valentía, aunque le han amputado algunas ramas. Dos columpios oxidados grabados con los monogramas de la pareja parecen esperar el regreso de los dueños.
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