En el norte de Sierra Leona, Aminata, Emma y Zainab están reconstruyendo. Las fotos las muestran, a su vez, encantadoras y conquistadoras, tiernas y amorosas, alegres y pacíficas… Estas ex trabajadoras del hogar en Medio Oriente han vivido el infierno de la trata de personas, el trabajo forzado y la violencia sexual. De regreso a su país, se encontraron en el pueblo de Makeni, una comunidad de mujeres dentro de la asociación DoWAN (Domestic Workers Advocacy Network).

Su fundadora, Lucy Turay, una fuerza de la naturaleza atravesada por el mismo maltrato, les ayuda a retomar el hilo de sus vidas, a pesar de los traumas y vergüenzas que les acechan. “Se vuelven mujeres de nuevo. Infunden confianza con gracia, belleza y fuerza. Eso es lo que trato de transmitir, cuidando de no olvidar su sufrimiento». explica Aline Deschamps. La fotógrafa franco-tailandesa conoció a Lucy Turay y a varias de estas mujeres en el Líbano, en la primavera de 2020, y las convirtió en el tema de una primera parte titulada no soy tu mascota.

Vulnerable y roto

En 2020, golpeado por la pandemia de Covid-19, el Líbano se hunde en una crisis económica sin precedentes. Las trabajadoras del hogar de nacionalidad extranjera son especialmente vulnerables, rotas por el sistema de kafala («garante», en árabe), que autoriza todos los abusos. Aplicado en muchos países de Medio Oriente, este sistema encadena a los trabajadores extranjeros a su empleador: es él quien firma los permisos de trabajo, autoriza la salida del territorio y renueva el contrato de trabajo, con o sin el consentimiento del empleado, quien debe residir en hogar.

Rebecca Kamara (izquierda) y Aminta Binta Jalloh, dos ex trabajadoras del hogar, en Makeni.  A su regreso, Aminta ya no tenía hogar, su marido se había mudado con otra mujer.  Todas las fotos fueron tomadas en marzo de 2022.

En Líbano, el primer juicio por esclavitud se abrió en 2022, tras una denuncia presentada por un etíope. En la primavera de 2020, trabajadoras del hogar de África y el Sudeste Asiático montan tiendas de campaña frente a sus embajadas en Beirut para exigir su repatriación. Son cientos los que han huido de los patrones que no les pagaban y, a algunos, los maltrataban. Otros fueron despedidos y arrojados a las calles. Fueron varios de ellos, entre ellos Lucy Turay, a quien Aline Deschamps conoció cuando intentaban sobrevivir, sin un centavo, en un departamento en Beirut.

Si bien algunas embajadas repatrían a sus nacionales, los sierraleoneses temen que nunca podrán regresar. Su país no tiene representación diplomática en el Líbano y prohíbe cualquier contratación en el extranjero a través de agencias de colocación de trabajadores domésticos, lo que fomenta el fortalecimiento de las redes ilegales. Sierra Leona es así parte de las nuevas rutas de la trata de personas. “Algunos se han endeudado con contrabandistas que les hicieron creer que Líbano necesitaba enfermeras y que allí ganarían cuatro veces más que en su país”, explica Aline Deschamps.

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