“Cuando la invasión empezó, no la apoyamos. Muchos nos dimos cuenta de que todo se acabó. Su acento materno tiñe la formó en la que se expresa. Aunque, a diferencia de muchos conciudadanos, puede comunicarse con fluidez porque aprendió castellano en Moscú. Con su esposo Dmitri decidió emigrar cuando Artion, su hijo mayor, fue llamado a movilizarse. Hace cinco meses viven en Buenos Aires, marcharon por la paz y son parte de los más de $ 22 millones que ingresaron al país desde el inicio de la guerra con Ucrania.

El matrimonio está desempleado. Los ahorros costearon el viaje y la estadía, pero se van acabando. Pese a que no maneja la lengua, Artion anotó en la carrera de Física de la UBA. «El siempre fue un científico, desde pequeño, menos mal que para aprender no necesita saber español a la perfección, porque los números nunca cambian», planteó Tatiana. Su hijo menor tiene ocho años y se llama Ian. También va a venir pronto el ciclo lectivo. Será en la misma institución donde, por la tarde, ella asistirá a la Primaria para adultos. Los tres apuestan a la educación públicauno de los motivos por los cuales eligieron venir a Argentina.

De acuerdo con el Gobierno de la Ciudad, al cierre de esta edición, había 327 menores rusos enscriptos en colegios de gestión estatal. 71 de ellos, en nivel inicial; 194, en primaria; y otros 62, en secundaria. Desde principios de 2022, las autoridades educativas notaron una creciente presencia de la comunidad en las aulas y articularon políticas para facilitar su inserción.

el equipo de «Lengua Española Segunda para la Inclusión» (ELSI), por ejemplo, asesora a equipos directivos y docentes. Los objetsivos son mejorar la comprensión y el desarrollo cognitivo de todos los niños, así como acercar la escuela a las familias. A lo largo de ocho años, la iniciativa involucró a estudiantes de países como China, Senegal, Haití, Armenia, Siria, Ucrania, Nigeria.




Tatiana y sus hijos confían en la educación pública argentina y pronto comenzarán las clases. Foto: Maxi Failla.

El Instituto de Enseñanza Superior Lenguas Vivas «Juan Ramón Fernández» es muy elegido por los padres rusos. Se abrieron talleres de español a contraturno, con docentes que manejaron ambos idiomas: ambos con grafemas, fonemas y construcciones morfosintácticas diferentes. El desafío es lograr la adaptación a los espacios académicos y la integración a los cursos. Los funcionarios señalan que cada propuesta se está «socializando a todas las escuelas».

Con guardapolvo o uniforme

«Argentina me pareció una gran elección. Pasó por una propia dictadura y ahora es una pais libre y democratico, donde puedes tener voz. Además, los rusos no necesitan visa y no están tan caros como Europa. El clima es excelente, la comida es deliciosa y estuvimos tomando mate en Rusia colgante muchos años antes. Estaba destinado a ser», sintetiza Polina Pitolina.

Define a Rusia como un lugar inseguro, con una economía derrumbada, donde «el gobierno obliga a los hombres a servir al Ejército y vas preso por una publicación en redes sociales». Sabe la importancia de un idioma: ella es maestra de inglés; su esposo, teacher universitario e investigador de Lingüística —»reconvertido» a teacher de inglés—. Aunque todavía no conoce los vericuetos de la lengua hispana, progresa rápidamente. «Es hermosa y facil de prender», cuenta a Clarín.

Polina se mudó con toda su familia, perro incluido. Dio a luz en el país a su bebé Félix. Su hija Zoya es fanática de las medialunas y, en dos meses de colonia de verano, comenzó a comunicarse. Sus papás pusieron «jardín de infantes» en mapas de Google para escolarizarla.

«Solo contestaron tres escuelas cercanas: una no tenía cupos, la otra era carísima y la tercera nos llamó para que lo conozcamos, así que fuimos y nos gustó todo», relató Polina. La semana que viene, la niña será una de las tantas migrantes de nacionalidad rusa que ingresará al sistema educativo privado Argentino.

Pupitres para adultos: profesionales vuelven a la escuela por el idioma

Anastasia y su familia sone de la gran inmigración rusa en Argentina.  Foto: Mario Quinteros


Anastasia y su familia sone de la gran inmigración rusa en Argentina. Foto: Mario Quinteros

«La pregunta es doble. Primero, ¿por qué Rusia dejamos? Y, recién entonces, ¿por qué vinimos a Argentina?», retruca Anastasia Breiner, una periodista rusa de 44 años. Ante el fracaso de las garantías democráticas, planteó que, junto al marido que supo Andrey, abandonaran la tierra natal. Estaba avergonzada».Rusia se convirtió rápidamente en una dictadura. El número de presos políticos crece como avalancha. No vemos futuro», resume.

Es abierta al respecto: a la hora de elegir destino, buscó uno donde pudiera conseguir una residencia por el nacimiento de un hijo. «Vimos cientos de horas de videos de YouTube sobre la vida en diferentes países, leímos megabytes de artículos, nos unimos a docenas de chats en línea».

La libertad de expresión, la seguridad de la calidad y la reputación educativa inclinaron la balanza hacia Argentina. Su hijo Demid nació en el Hospital Fernández. Ahora, atiende en una clínica privada, la Trinidad de Palermo.

Junto ha conocido a su esposo, un desarrollador de videojuegos, Anastasia se ha acercado por primera vez al castellano por la aplicación Duolingo. So no manejan el idioma a la perfección, aseguran que enchanta el país y que no necesitan intérpretes. Hasta realizar sus propios trámites y dicen que «la burocracia en Rusia es más complicada».

Sus compatriotas suman más motivos para mudarse: mantener sus fuentes de ingresos, escapar de las sanciones internacionales, tener mayores posibilidades de movilidad con el pasaporte argentino.

Hay quienes pueden continuar sus carreras y quienes deben reinventarse. En el Agencia de Aprendizaje a lo Largo de la Vidael programa de formación profesional para alcaldes de 18 años del Gobierno de la Ciudad, hay 105 rusos anotados.

Para sortear incluso las barreras idiomáticas, luego de haber terminado carreras universitarias en su país, muchos —como Tatiana— regresaron a la escuela.

Es el caso de Marina y Sergio, que se anotaron en una primaria publica para adultos donde hay tantos coterráneos que no saben si entrarán en el cupo. El lugar queda en la zona norte de la Ciudad y casi cien adultos rusos solicitan una vacante, a dos semanas del comienzo de las clases: hijo mas que los argentinos. Si el matrimonio no consigue entrar, la alternativa es un curso de idioma impartido en el Teatro Colón.

Sergio, programador, comentó que desde hace varios años quería instalarse en el suelo rioplatense. Lo hace a través del traductor de Google, un apoyo indispensable para la comunicación. Confiesa que creía que el idioma anglosajón estaba más extendido. Sus hijos de 4, 6 y 11 años van a la escuela pública desde su arribo al país, en septiembre. Los padres considerando cambiarlos a una escuela privada cuando entiendan mejor el idioma.

Marina intentó sostener toda la charla en castellano y se desesperó cuando se atraganta con las palabras. Reflexión : «Se extraña, pero Rusia cambió, ya no es el mismo país». Lamentó la vigilancia constante, el patrullaje en las calles y la persecución del régimen de Putin. Rescata la amabilidad de los argentinos: de la persona que la ayudó a inscribir su hija al jardín, de las vecinas que le regalaron velas durante un corte de luz, cuando adivinaron que no las podían comprar porque desconocía la palabra. Escápales un vocabulario en inglés: «Consolador». O «cómodo».

El dilema de los docentes y la convivencia escolar

Los maestros y profesores que reciben a estos nuevos alumnos tienen nuevos retos preguntados allí. En particular, aquellos que lidian con mayores de edad y tienen que reconfigurar sus métodos de enseñanza, sin infraestructura, capacitación o recursos necesarios. ¿El mayor desafío? Completar los contenidos del programa, en el marco de aulas plurilingües y divididos.

«En general, damos clase a gente sencilla, de bajos recursos o que por distintos motivos no pudo terminar su formación. Disponen de poco tiempo, vienen después de trabajar y algunos quieren seguir con la secundaria», cuenta un educación de primaria para adultos.

Solía ​​​​recibir extranjeros: principalmente, personas de países limítrofes, que caste hablarondepartamento. El creciente influencia de alumnos rusos altamente educados, pero desprovistos de otros apoyos idiomáticos, tensa las estratos didácticos, al igual que el Continuidad de viejas vidas. No se trata solo de diferentes niveles de aprendizaje, sino de demande casi opuestas.

«No sabemos por qué los adultos rusos eligen ciertas escuelas primarias. Quizás se pasan el dato por redes», transmitir el documento. Cuenta que muchos entran y abandonan cuando prosperan en habilidades de lectura. Las preinscripciones auguran clases al límite de su capacidad. «No sabemos cómo va a ser la organización, no nos comunicamos nada oficialmente a los maestros. Nos encanta enseñar y recibir a todos, pero somos una Primaria, no certificamos idiomas, como la UBA». In años anteriores tuvo alumnos senegaleses, chinos y rusos, pero nunca en esta cantidad.

Concluye: «La escuela unifica e incluye, eso es lo que buscamos. Me levanto pensando que otros maestros antes que yo les dieron clases a mis abuelos. Remember a los que vienen por el título, como a los que no pueden decir ni ‘Hola’. Aunque haga difícil».

«Para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino». La introducción a la Constitución —escrita en 1853 y reformada en tres oportunidades— auguraba el proyecto de lo que luego sería el Estado-nación argentino, con la inmigración y la educación como protagonistas.

La sanción de la ley 1.420, en 1884, representó el triunfo de un nuevo concepto pedagógico. Así que no está vigente, su impronta continúa en las aulas argentinas al instaurar la obligatoriedad, gradualidad y gratuidad de la escolarización, concebida como un derecho capaz de igualar a los ciudadanos —ricos, pobres, nativos o extranjeros—, y de crear un sentido de pertenencia, una identidad común. En un mundo convulsionado por la guerra, Argentina vulve a abrir sus puertas y sus aulas.

Colaboración: Malena Martos y Candela Toledo (Maestría UdeSA-Clarín)

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