El toque de atención de la Comisión Europea en relación a la situación de las cuentas públicas de los miembros pays nos retrotrae al periodo anterior a la pandemia. Pero es una impresión de ya visto Es parte engañosa, por las perturbaciones que se han producido estos últimos tiempos en el entorno económico y financiero en el que se enmarca la política fiscal. Un cambio que Bruselas debería incorporar.

La necesidad de equilibrar los ingresos con los gastos corrientes —al menos a lo largo del ciclo, es decir descontando el vaivén de la coyuntura— sigue siendo válida. Somos, junto con Francia, el único país de la UE que no ha logrado eliminar el déficit primario (fuera de intereses) en ningún año desde el inicio de la etapa de recuperación tras la crisis financiera. Además, Bruselas propone flexibilizar los objetivos, para que cada país defina su propia senda de adjus. De modo que cuando se reactive la normativa tributaria, en principio a partir del próximo ejercicio, la mezcla de medidas —reforma tributaria, recorte del gasto poco eficaz— estaría enteramente en nuestras manos.

El impulso expansivo procederá de los fondos europeos, que podrá desplegarse hasta 2026, sin computar en el gasto a efectos de las reglas tax. La adenda al programa de Próxima Generación, si así fuera, será tratada con prestamos, deberá contarse de igual modo. Tanto, es factible emprender una senda de corrección de los desvíos sin efectos traumáticos en la economía ni en la sociedad, es decir sin austeridad. La Comisión consideró que una reducción del déficit primario en un punto porcentual, hasta el entorno del -0,5% del PIB, la mitad que antes de la pandemia, facilitaría una suave desescalada de la deuda pública.

Pero ese escenario no cuenta con el cambio radical que se ha producido en el contexto monetario y macroeconómico. Antes del brote inflacionario, los tipos de interés situaban en terreno netamente negativo. Fruto de esa política monetaria acomodaticia, bastaba con que la economía se expanda, aunque modestamente, para que los esfuerzos de contención del agujero fiscal redundaran en un menor eneudamiento público. De hecho, la variable clave para la dinámica de la deuda es el diferencial entre el tipo de interés (determinante de los costes financieros) y la tasa de crecimiento de la economía (de la que depende la evolución de los ingresos públicos y del gasto). Antes de la pandemia ese diferencial era negativo, es decir el tipo de interés era muy bajo al crecimiento, facilitando la desescalada.

Sin embargo, las previsiones apuntan a tipos más elevados durante un tiempo prolongado, hasta que los precios se hayan encauzado. Por otra parte, el crecimiento económico puede verterse constreñido por las perturbaciones que han producido en los últimos tiempos, como las tensiones geopolíticas, el debilitamiento del sistema multilateralo, o los costos cada día más perceptibles del cambio climático y del envejecimiento poblacional.

En resumen, no podemos encontrar un diferencial desfavorable entre el tipo de interés y el crecimiento económico. Esta circunstancia cambiaría drásticamente el escenario fiscal. Bajo la hipótesis, relativamente prudente, de una diferencia nula (tipos de intereses que igualan el crecimiento), los beneficios asociados a la contención del déficit se reducirán a perder, de modo que el peso de la deuda se mantendra en niveles elevados . Y si esas medidas de contención no se pusieran en marcha, el endeudamiento emprendería una escalada inexorable. Bruselas reconoce el auge debido a la sostenibilidad derivada de un diferencial desfavorable de tipos de intereses en relación con el crecimiento de la economía.

Con todo, cada país tiene que hacer sus deberes. Pero no se trata de un mero ejercicio de contabilidad. Las pérdidas de corrección de los desequilibrios solo serán exitosas si se enmarcan en una estrategia europea de inversión, reformas e incentivos, susceptible de facilitar las distintas transacciones y así fortalecer el crecimiento sostenible de la economía.

tipos de intereses

Tras el ascenso abrupto registrado en 2022, el rendimiento del bono español con vencimiento a 10 años se ha estabilizado en torno al 3.5% desde inicios del presente ejercicio, evidenciando la anticipación por parte de los mercados de une pause en las subidas de tipos de interés de a. Asimismo, la prima de riesgo se mantiene inmune al giro restrictivo de la política monetaria: el diferencial de rendimiento con respecto al bono alemán oscila en torno a 100 puntos básicos (un nivel relativamente reducido), de lo contrario se detecta una clara tendencia.

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