Recién graduada de Sciences Po Paris, la mismísima activista mediática Camille Etienne publica su primer libro el 19 de mayo. Por un levantamiento ecológico. Superar nuestra impotencia colectiva (Umbral, 18 euros), un ensayo a medio camino entre un relato intimista y una reflexión política sobre la crisis ecológica. Un hilo reivindicado por la joven de 24 años, para quien lo íntimo es necesariamente político. En este texto, recorre su camino, desde su infancia deportista en Peisey-Nancroix, una aldea de Saboya, hasta los banquillos de «la escuela del poder», rue Saint-Guillaume en París. Entrega sus pocas decepciones en los platós de televisión ante climatoescépticos o periodistas que le piden que no lo sea «inductor de ansiedad». También relata su compromiso contra el proyecto Eacop en Uganda y Tanzania o la explotación de los fondos marinos por parte de las empresas mineras. Y aspira con todas sus fuerzas a un levantamiento colectivo, atento a «la electricidad en el aire antes de la tormenta».

¿Por qué empezar esta historia con tu pueblo de Saboya?

Le debía al lector decirle de dónde hablo, porque los territorios nos moldean y nos constituyen, yo seré eternamente producto de esta montaña, que me arraiga a largo plazo. Con nosotros no hay historia de exilio, venimos de allí desde hace generaciones. Crecí como mi madre y mi abuela frente a Bellecôte, una montaña sublime, una cara norte donde la nieve es eterna. Y entonces, a los 10 años, entendí que ni siquiera la nieve sería eterna, entendí que yo sería parte de la primera generación en ver esta desaparición, es vertiginoso.

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Describes tu malestar cuando, llegando a Sciences Po Paris, intentas torpemente ser parte de este nuevo mundo…

Cuando llegué a París, nunca había puesto un pie en un museo. No tenía los códigos, ni las referencias, me hacía pasar por la montañesa de turno y contestaba preguntas curiosas sobre mi infancia, sobre el esquí, etc. Nunca sentí tanta vergüenza como cuando regresé a casa, como si mi partida significara que ya no pertenecía y que le había dado la espalda a mi gente. Mi abuelo es: agachamos la cabeza y seguimos adelante. No decimos nada, somos modestos. Entonces cuando hablé, durante el confinamientodecir que este mundo está en proceso de colapso y desintegración, que nuestra agricultura ha destruido el suelo, esto fue percibido como una forma de afrenta a nuestra modestia, a esta dignidad del presente.

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