Marlene tenía 69 años cuando murió. 64 tenía Ma Rainey al fallecer. Sutherland, con 61 años, aún vivía (octubre de 2023) cuando los científicos confirmaron que las tres tuvieron o tienen la menopausia. Son tres chimpancés de un grupo que vive en lo más profundo de la selva de Uganda (África), en el que decenas de hembras mayores dejaron de ovular hace años. El descubrimiento, recién anunciado en Science, desmonta la idea de que las humanas son los únicos primates que viven más allá de su vida reproductiva. El hallazgo cuestiona las hipótesis sobre la función evolutiva de la menopausia pero, si se confirma que es excepcional, podría mostrar el tremendo daño que los humanos han hecho al resto de grandes simios.

Dentro del parque nacional de Kibale, en Uganda, existe una de las poblaciones más grandes, con menor contacto con los humanos y mejor conservadas de Pan troglodytes, su nombre científico. Desde mediados de la década de 1990, científicos del Ngogo Chimpanzee Project siguen a un grupo de decenas de individuos. Lo sabían casi todo de ellos: edad, sexo, número de crías y con quién, incluso datos genéticos de todo el grupo. De las 185 hembras que han formado parte de la comunidad, se dispone del equivalente a 1.611 años de observaciones. Los investigadores han comprobado que estas chimpancés viven hasta 19,5 años después de que dejen de tener hijos.

Kevin Langergraber lleva desde 2001 pasando largas temporadas en Kibale estudiando a los chimpancés de Ngogo, tanto que sabría nombrarlos a todos, “salvo a las muchas crías”, reconoce este biólogo de la Universidad Estatal de Arizona (Estados Unidos). Coautor del descubrimiento detallado en Science, destaca: “Trabajos anteriores con otras comunidades de chimpancés en libertad y que usaron datos demográficos como hemos hecho nosotros (datación de nacimientos y muertes) habían mostrado la ausencia de una esperanza de vida posreproductiva sustancial”. Para comprobarla, registraron el tiempo que pasó desde el último embarazo o la última hinchazón genital (señal de ovulación) y contaron los años que cada hembra siguió sin tener descendencia y, en su caso, cuándo murió. A este lapso lo llamaron ratio de supervivencia (PrR, por sus siglas en inglés). Cuando la supervivencia y la fertilidad van en paralelo, como sucede con las hembras de la inmensa mayoría de las especies, su PrR es 0 o casi. En las mujeres de comunidades tradicionales de cazadores recolectores (descartaron comparar con las de sociedades modernas por la distorsión que introduce su esperanza de vida extendida), esta ratio sube hasta 0.44. En las chimpancés de Ngogo llegó hasta 0.19. Es decir, pasan la quinta parte de su vida adulta ya posreproductivas.

Para confirmarlo, analizaron sus muestras de orina buscando un patrón endocrino típicamente menopáusico. Al acercarse el fin de las reservas de óvulos, en humanas y chimpancés se produce un proceso en paralelo: mientras desciende la producción de estrógenos y progesterona, aumenta la de otras dos hormonas, la luteinizante (LH) y la foliculoestimulante (FSH), porque se van a quedar sin óvulos sobre los que actuar. En las humanas menopáusicas, la concentración de LH sube hasta cinco veces, mientras que la de FSH lo hace hasta en 15 veces. En el caso de las hembras de Ngogo, la relación de aumento es muy similar.

La codirectora del Ngogo Chimpanzee Project, la antropóloga evolutiva Melissa Emery Thompson, destaca el hallazgo: “Si bien hay muchas razones por las que las hembras mayores podrían tener problemas de reproducción (por ejemplo, mala salud o esterilidad), este estudio es el primero en demostrar de forma definitiva, utilizando los mismos marcadores hormonales utilizados para diagnosticar la perimenopausia y la menopausia en humanas, que han cesado la reproducción debido a la menopausia”.

El sentido evolutivo

La menopausia ha sido un quebradero de cabeza para los científicos. Según la selección natural, que la naturaleza favorezca unos genes que alargan la vida más allá de la fase reproductiva es un sinsentido biológico. En principio, los genes que prolongasen las opciones de reproducirse y así perpetuar la especie deberían de verse favorecidos. Y así es en casi todas las especies de vertebrados: de las más de 50.000 especies de peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos que hay, durante siglos se creyó que solo las humanas dejaban de ovular mucho antes de la senescencia biológica. En lo que va de siglo, el descubrimiento de que también las orcas y más tarde otros cetáceos odontocetos (calderón tropical, narvales, belugas y orca negra) tenían la menopausia arrebató su excepcionalidad a la especie humana. Para explicar por qué solo en seis especies se ha producido el desacople entre la duración de la vida reproductiva y la vida en sí se habían planteado varias teorías. La que más consenso suscitaba era la hipótesis de la abuela: en su versión más sencilla plantea que, en su evolución, las humanas que llegaban a una amenorrea definitiva podían ayudar a sus hijas a sacar adelante a su descendencia, aumentando las posibilidades del grupo de salir adelante. Ahora las chimpancés Ngogo lo han complicado todo.

Como todo gran descubrimiento, plantea más preguntas que las que responde. ¿Cómo es posible que siendo la especie más cercana a los humanos (junto a los bonobos) y de las más estudiadas, no se descubriera antes que sus hembras también tienen la menopausia? A comienzos de este siglo, un ambicioso trabajo con varias comunidades de chimpancés que lideró Thompson confirmó anteriores investigaciones: no hallaron pruebas de que la menopausia sea un rasgo característico en la historia vital de estos simios.

La comunidad Ngogo de Kibale presenta al mismo tiempo la mayor tasa de crecimiento vegetativo (nacimientos menos fallecimientos) y una elevada longevidad.Tracy Kivell/Ngogo Chimpanzee Project

Entonces, ¿qué tienen de especial las de Ngogo? Una posibilidad que sugieren los autores del estudio es que esta comunidad vive en una especie de paraíso: desde que el último leopardo fuera abatido en la década de 1960, no tienen depredadores en la región. En lo que va de siglo, han aumentado su territorio un 22%, que ya era muy rico en comida. Además, muestran la mayor tasa de crecimiento vegetativo que se conoce en esta especie en libertad y no ha habido grandes cataclismos provocados por los humanos (persecución, patógenos…). La consecuencia ha sido el aumento de la esperanza de vida de los integrantes del grupo. Y como las hembras de otras especies, las chimpancés tienen una cantidad prefijada de óvulos que se agotan en torno a los 47 años; al alargar su vida, entran en una fase posreproductiva, como las humanas y algunos cetáceos.

El biólogo Daniel Franks, investigador de la Universidad de York (Reino Unido), lleva años estudiando la menopausia, pero no en chimpancés, sino en orcas. Franks coincide con los autores que el descubrimiento podría ser un artificio provocado por unas condiciones tan excepcionales como posiblemente temporales. En cautividad, sin depredadores, ni enfermedades y sí buena alimentación, ya se había documentado algún caso de chimpancé menopáusica.

La hipótesis de la abuela

“Hay una alternativa muy sugerente, ya apuntada por los autores, de que la supervivencia posmenopausia en realidad ha sido bastante común entre los grupos de chimpancés, lo que implica que podría ser evolutivamente beneficiosa. Sería algo enorme de ser cierto”, apunta Franks. El razonamiento es que los científicos no lo han visto en otros grupos de chimpancés porque, a diferencia de los chimpancés Ngogo, “estos otros grupos viven en hábitats deteriorados debido al impacto negativo de los humanos, sufriendo también una mortalidad extremadamente alta por enfermedades humanas”. Así que no se trataría tanto de que las chimpancés de Kibale vivan más y por eso tienen menopausia, sino que las demás viven menos y no llegan a tenerla. Esta idea habría que confirmarla investigando en otros grupos y otros grandes simios, en particular, en la especie hermana, los bonobos.

Si la menopausia está presente en la genética de los chimpancés desde hace tiempo, lejos de aclarar la función de este mecanismo vital, lo complica. Hasta ahora, confirmado en humanas y en algunos cetáceos con dientes, la hipótesis de la abuela explica muy bien la funcionalidad evolutiva de una fase posreproductiva de la vida. Las madres menopáusicas dedicarían a cuidar de sus nietos el tiempo que no dedican a posibles crías propias. Pero esto no encaja con las chimpancés. En esta especie (también en Ngogo), las hembras se van de la comunidad en la que nacieron cuando llegan a la fase reproductiva y tienen a sus hijos en otro grupo, por lo que sus madres no pueden echarle una mano en la crianza. Además, es bien conocida la agresiva relación entre comunidades e incluso dentro de la misma comunidad, por lo que la ayuda de madre a hija se complica aún más.

El biólogo evolutivo Michael Cant, de la Universidad de Exeter, arroja algo de luz al misterio: “La teoría clásica basada en la teoría de la selección natural de Darwin predice que cualquier gen que extendiera la vida más allá del final de la reproducción no sería seleccionado; sería invisible para la selección natural porque no conferiría ninguna ventaja reproductiva”. Sin embargo, habría excepciones que sí aportarían una ventaja: “La supervivencia posreproductiva podría evolucionar si confiriera beneficios a los parientes genéticos, es decir, si las hembras (o los machos) posreproductivas de mayor edad pudieran proporcionar suficiente impulso a la supervivencia y reproducción de sus descendientes”. Es lo que pasaría con las hembras de Ngogo. Lo relevante entre algunas de las especies con mayor cerebro y complejidad social es asegurar la transmisión genética propia, da igual que sea directa o indirectamente. La consecuencia, entre las humanas, es que se ha aumentado la esperanza de vida sin aumentar la vida reproductiva, algo que no hemos dejado hacer a los chimpancés, salvo a las de Ngogo.

“El ovario es el centinela del envejecimiento del cuerpo, el primer órgano que envejece”

El profesor Ignasi Roig, responsable del equipo del Instituto de Biotecnología y Biomedicina de la Universitat Autònoma de Barcelona, fue parte del grupo que identificó las claves genéticas de la menopausia humana hace dos años. No es primatólogogo ni, como recuerda, su ámbito es el de la evolución de la menopausia, pero sostiene que teorías como la de la abuela u otras formas de colaboración explicarían este mecanismo. Desde su perspectiva, sería relevante en especies como la nuestra o algunos cetáceos en las que “los individuos viven muchos años, establecen entorno sociales y las crías tienen largos períodos de dependencia donde requieren del cuidado materno”. Condiciones todas que ahora también cumplen las chimpancés de Ngogo. Roig recuerda que “el ovario es el centinela del envejecimiento del cuerpo, es el primer organo que envejece”. Durante milenios esto no ha sido un obstáculo, más bien una ventaja evolutiva. Pero ahora, con una esperanza de vida tan larga y una maternidad tan tardía, la menopausia empieza a ser un problema evolutivo.

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